Amor porteño

18.9.09

Hace poco vi un espectáculo amateur de tango en la Plaza del Museo. Supuse que era una academia de baile que organizó, casi de manera improvisada, una exhibición de sus alumnos. Había parejas de todas las edades. Yo me senté en un banco, con un paquete de pipas (Reyes, por supuesto) y me fijé en una en concreto. Ella era una cincuentona todavía atractiva y él un gordo calvo con zapatos de bailarín profesional. El hombre sudaba como un cochino, pero llevaba a la mujer con tanto sentimiento y virilidad que hasta parecía algo interesante (sólo algo…). Al rato me fijé que otra mujer, con zapatos de leopardo, miraba a la pareja mordiendo un cigarrillo nerviosamente. La pareja cada vez estaba más compenetrada hasta el punto de que, en una de éstas, ella levanta la pierna, se engancha a la espalda del gordo y el la agarra como si le fuese la vida ello. La mujer de los zapatos de leopardo estaba que se subía por las paredes. Cuando terminó la canción, la pareja se fue hacia la mujer de los zapatos, el gordo la cogió de la mano y se despidieron de la cincuentona. Será que no hace falta llevar sangre porteña para sentir el desgarro del tango, ¿no?
Yo estaba entusiasmada con el numerito y, con mis pipas, claro.

Mariquilla Hura Hura

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